miércoles, 10 de noviembre de 2010

Psicología de Spinoza: la ética como terapia.

El valor de los afectos puede ser bueno o malo y es siempre relativo al horizonte de posibilidades. Por tanto esos afectos no valen en sí mismos y menos aún pueden ser absolutos. Toda evaluación de los afectos es una valuación, una valoración de los mismos en relación al horizonte de posibilidades de la potencia en la que se dan. Entonces los afectos sucitados en la potencia singular de cualquier ser humano tendrán que ser evaluados en función de su utilidad para un ser humano singular. Y los afectos valorados como útiles para cada ser humano seran aquellos que de sus horizontes de posibilidades posibiliten su máximo bien, a saber, la felicidad. Poder hacer esta evaluación, hace de la ética una dispositivo terapéutico.
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Ahora bien, la radical relatividad de los valores bueno y malo o de la evaluación de los afectos de una potencia, dada la particularidad de su horizonte de posibilidades buenas y malas, hace que un afecto que nos entristeca o alegre no necesariamente tenga que ser valorado como bueno o malo, aquello sería esencializar el valor de los mismos tornándolo absoluto, lo que podría tener como consecuencia hacer una mala evaluación que en vez de procurar la felicidad procure la tristeza. Un ejemplo cinematográfico es la historia de Espartaco, su sumisión al Domine es mala porque lo entristece, pero si eso lo sujeta contra el odio que le tiene, deviene buena porque le da esperanza de volver a ver a amada Sura.

Un afecto en sí mismo no vale, sino en cuanto posibilita la mayor felicidad y la menor tristeza de una potencia singular. Y porque el valor de los afectos es tan relativo como relativos pueden ser los horizontes de posibilidades, un mismo afecto puede ser malo, bueno o indiferente. ¿Es bueno o malo para un caballo el no poder dictar una cátedra sobre Aristóteles?, es indiferente, porque es imposible para él. Lo mismo ocurre con algunas preguntas filosóficas que si bien es cierto se pueden formular en una epoca en otra no, por ejemplo ¿cómo interactúan la realidad mental y corpórea? en la filosofía medieval. Otro tanto ocurre con la ambivalencia afectiva, donde un mismo afecto produce simultáneamente felicidad y tristeza.

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