Con el objetivo de dar respuesta a la pregunta por el significado del concepto romántico de naturaleza que sustenta buena parte de la filosofía que lleva este apellido, es que el presente trabajo aborda a lo menos cuatro capítulos fundamentales del texto de Charles Taylor “Fuentes del yo”, el noveno titulado “Locke: el yo puntual”, el décimocuarto “El cristianismo racionalizado”, el decimoquinto “Los sentimientos morales” y el vigésimo “La naturaleza como fuente”. El primero y el segundo sirven en tanto el tercero aparece como una reacción crítica a ellos, mientras que el cuarto presenta la propuesta romántica de naturaleza como deudora del tercero. A través de estos cuatro capítulos intentaremos recoger el hilo que guía la construcción del concepto romántico de naturaleza.
1. La teoría de la razón hedonista en Locke.
Taylor (1996) en el capítulo titulado “Locke: el yo puntual” describe esta teoría como una teoría hedonista por cuanto el bien está identificado con el placer y el mal con el dolor, siendo placer y dolor aquello que motiva a los seres humanos a actuar. Sin embargo, precisará Locke que en realidad es el dolor lo que motiva el actuar de los seres humanos y no el bien como tal, en cuanto ese dolor aparece como un deseo de algo que está ausente, a saber, un bien.
Dicho lo anterior, Locke acepta que en realidad pareciera ser que no todo bien ausente suscita el deseo en los seres humanos y pone como ejemplo la ausencia del que él considera es el bien superior de todos, a saber, la salvación eterna. Este que es el mayor de los bienes que, pese a estar ausente en los seres humanos, no motiva en ellos una acción que emprenda su búsqueda, sino que muy por el contrario parece estar muchas veces olvidado en pos de otros menos importantes. Ya veremos cuál es la trampa que nos tiende Locke con eso del bien superior e inferior.
Un tercer aspecto de la teoría de la motivación de Locke es que no todos los bienes ausentes duelen con igual intensidad, de modo que aquel bien cuya ausencia provoque más dolor será el que más deseo y acción motive para obtenerlo. De hecho la mayor cantidad de actividades son motivadas de ese modo, extrínsecamente. Taylor (1996) llamará a esta explicación una explicación mecánica para las actividades humanas, ya que la falta de un determinado bien externo automáticamente motivaría la acción para obtenerlo. Esta explicación anticipa el esquema estímulo-respuesta del conductismo, donde la acción humana obedece a variables externas.
Dos conclusiones parciales se pueden colegir de la teoría de la motivación de Locke: la primera es que despoja al ser humano de un bien intrínseco que oriente su acción y la segunda es que sitúa a ese bien operando siempre por fuera. Por tanto si el gobierno no está en los objetos o bienes externos, lo está en las acciones que éstos motivan mediante la voluntad que puede suspenderlas, examinarlas y re-jerarquizarlas esta vez en función del mejor de todos los bienes, según el dictado de la ley de Dios.
La trampa que antes anunciábamos en Locke, responde a un concepto hedonista del poder de Dios capaz de procurarnos el mayor de los placeres o bienes si es que se atiende a su ley o el mayor de los dolores o males si ocurre lo contrario. La trampa entonces es el hedonismo de la razón que la conduce a concluir que la única opción racional es acatar la ley de Dios, no sólo por los placeres sumos que nos reserva sino también por los enormes dolores que consecuencian su desatención.
Volver racional la opción de seguir la ley de Dios tiene un fundamento hedonista que se apoya sobre dos garantías la primera es el bien supremo que procura al ser humano y la segunda es el miedo al mal con el que amenaza a quien la rechace. Acá un punto importante, puesto que a diferencia de lo que podríamos denominar un hedonismo natural de la razón que se funda en un placer y dolor efectivos, el hedonismo espiritual, por decirlo de algún modo, se funda en la promesa de un placer y un dolor sobrenatural que están por venir. La situación entonces toma un giro relevante y es que la promesa de dolor funciona como una amenaza que, provocando el miedo de la razón, torna racional, en última instancia, su opción por adscribir a los bienes de la ley divina. De modo que los bienes de ésta ley no sólo son en sí mismos atractivos hedónicamente, sino que además lo son por los males que se ciernen sobre quienes le den la espalda. Esto último sirve como una razón de fuerza cuando la sola voluntad no se somete por los bienes prometidos.
Como consecuencia de todo lo anteriormente dicho, el hedonismo espiritual se sirve del hedonismo natural para invertirlo , re-jerarquizando los bienes encabezados por los espirituales y secundados por los materiales, que inicialmente tenían la primacía.
2. Ley natural y Ley de Dios.
Taylor (1996) no lo dice con la misma fuerza pero lo sugiere a cada rato en su texto, y es que Locke funda toda posibilidad de racionalidad sobre un hedonismo de base, al que, como veremos más adelante, apuntan las críticas de los llamados “Platónicos de Cambridge”.
Si para Locke la ley de Dios es la ley natural, es porque ambas funcionan bajo una racionalidad hedonista. Ahora bien, la ley natural opera de forma hedonista porque es obra de Dios, cuya ley también es hedonista. De modo que el hedonismo espiritual entonces fundamenta el hedonismo natural. Así el conocimiento que la razón alcanza de la ley de Dios es en parte a través del conocimiento de la ley natural operando en su interior. La ley natural en tanto creación de Dios lleva la impronta hedonista de la ley de su creador. Sin embargo, la razón requiere de algo más que la propia ley natural para acceder a la ley de Dios y eso es la revelación. Dicho de otro modo, la razón es capaz de conocer su hedonismo natural, no así su hedonismo espiritual, que requiere ser asistido por la revelación.
El conocimiento de la ley de Dios se da en dos niveles, el primero que es el de la ley natural y el segundo el de la revelación. En el primer nivel la razón descubre a través del uso que da a los bienes naturales que hay en el mundo, que el fin último es la preservación de sí misma. La voluntad de Dios se expresaría a través del empleo que la razón hace de los objetos. De modo obrando para la propia conservación, obraría según la voluntad de Dios. Sin embargo, en el segundo nivel Dios se revela como creador y a los seres humanos como sus criaturas, en una relación donde éstos últimos son propiedad de él antes que de sí mismos. De modo que nadie puede dañar a otro ni a sí mismo en su vida, libertad o posesión, sino que está obligado a preservarse y preservar a los otros como obras de Dios.
Así como ambas leyes pueden describir coherentemente dos niveles a través de los cuales progresivamente la razón alcanza el conocimiento de la ley de Dios y su fin último, también pueden describir una eventual contradicción entre estas leyes, en tanto la sola ley natural puede conducir a la razón hacia una preservación egoísta exaltada que instrumentalice al resto de los seres humanos. Dada esta amenaza, es que la ley de Dios instrumentaliza la razón en su miedo natural al dolor, con otra amenaza de carácter sobrenatural que promete los mayores dolores si no subordina su natural tendencia a la preservación egoísta a la preservación colectiva de la humanidad. Con la revelación ocurre que ahí donde antes la razón era agente instrumentalizador de todo, ahora se vuelve instrumento de la ley de Dios..
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